Por: Joel
©2006
Con los gabetes sueltos, caminas por la acera, alegre por el intenso azul del cielo. Tu pie derecho pisa el gabete del tenis izquierdo, pero el destino trae una turista que te detiene justo a tiempo para preguntarte: "¿a dóunde está el Morrou?". Y le señalas la dirección. "Oh, gracias", te dice. Entonces, al emprender la caminata, levantas el pie izquierdo encadenado por el gabete bajo el derecho. Te tropiezas. Pero no caes. Miras a los lados por el pasme y te ríes, porque siempre que uno se salva de alguna tragedia, uno se ríe.
Compraste en la tiendita, la razón de este corto viajecito. Caminas de regreso a tu casa. Un refresco en la mano derecha, la bolsa de la comprita en la otra. Pisas el mismo gabete. Y te estrellas de boca. Muerdes la acera. Tus dientes rechinan en el áspero cemento. Uno de los dientes se te desgarra de las encías y lo sientes como una piedra alojarse en tu garganta. Se te desmenuzan los labios y arde. La nariz se te incrusta en la cara, junto al latigazo elástico del tabique cuando se fractura. Y luego, el torrente de sangre llueve adentro de tu fosas nasales, un manantial con sabor a hierro rojo, caliente y espeso, que te impide gritar el sufrimiento. Te impide respirar.
Ya en la camilla de los paramédicos, tus ojos cansados y nublados divisan el tenis culpable de la atrocidad. El izquierdo. Estaba allí, con cara de inocente. Se había desligado de ti. Completamente. Te ignora. No te conoce. Y yace de pie en la acera, frente al charco de sangre, con los gabetes sueltos.
Agosto 23, 2006
Compraste en la tiendita, la razón de este corto viajecito. Caminas de regreso a tu casa. Un refresco en la mano derecha, la bolsa de la comprita en la otra. Pisas el mismo gabete. Y te estrellas de boca. Muerdes la acera. Tus dientes rechinan en el áspero cemento. Uno de los dientes se te desgarra de las encías y lo sientes como una piedra alojarse en tu garganta. Se te desmenuzan los labios y arde. La nariz se te incrusta en la cara, junto al latigazo elástico del tabique cuando se fractura. Y luego, el torrente de sangre llueve adentro de tu fosas nasales, un manantial con sabor a hierro rojo, caliente y espeso, que te impide gritar el sufrimiento. Te impide respirar.
Ya en la camilla de los paramédicos, tus ojos cansados y nublados divisan el tenis culpable de la atrocidad. El izquierdo. Estaba allí, con cara de inocente. Se había desligado de ti. Completamente. Te ignora. No te conoce. Y yace de pie en la acera, frente al charco de sangre, con los gabetes sueltos.
Agosto 23, 2006
6 comments:
Rajaaaaaaaoooo! con tó y gabete suelto!
Y se recupero de la caída? XD
pues no sé. hasta ahí llega la cosa...
tendría que escribir un sequel, pero eso cuesta muchos chavos
Hola Joel!
No te conozco.
Hola Joel!
No te conozco.
ni yo, olga!
Post a Comment